Revista de Ciencias de Seguridad y Defensa (Vol. VI, No.3, 2021) pp. 11-24

Guerra interestatal en las fronteras sudamericanas:

Una sombra permanente

Interstate warfare on the South American borders:

A permanent shadow

Tássio Franchi1, Dr.

Crnl. de E.M.C. Roberto Xavier Jiménez Villarreal2, Dr.

1Centro de Desarrollo Sustentable UnB

Profesor en la Escuela de Comando y Estado Mayor del Ejército, Doctor en Desarrollo Sostenible (CDS-

UnB).

2Universidad de las Fuerzas Armadas-ESPE, Ecuador.

Coronel del Ejército Ecuatoriano, Doctor en Ciencias Militares (PPGCM-ECEME).

rxjimenez2@espe.edu.ec

Resumen

Cada región del mundo e incluso cada país tiene aspectos que son similares entre sí y otros que no lo son. Las guerras en Sudamérica, aunque tienen motivaciones comunes que encontramos en otras partes del pla- neta, como disputas por recursos naturales, disputas territoriales o históricas, tienen características únicas, son diferentes de las grandes guerras en Europa y el Pacífico, o las guerras libradas en Oriente Medio y Asia recientemente. Para comprender mejor el fenómeno de la guerra en América del Sur, los autores e institucio- nes sudamericanos necesitan evolucionar en el estudio del tema. Este artículo busca reflexionar exactamente sobre esto, explorando el tema de la guerra y sus clasificaciones en América del Sur.

Palabras clave: América del Sur; Conflicto interestatal; Guerra.

Abstract

Each region of the world and even each country has aspects similar to each other and others that are not. The wars in South America have common motivations that we find elsewhere on the planet, such as disputes over natural resources, territorial or historical disputes. They have unique characteristics; they are different from the great wars in Europe and the Pacific or the recently fought in the Middle East and Asia. To better understand the phenomenon of war in South America, South American authors and institutions need to evolve and study the theme. This article seeks to reflect precisely on this, exploring the theme of war and its classifications in South America.

Keywords: South America; Interstate Conflict; War.

Fecha de Recepción: 26/09/2021 - Aceptado: 15/12/2021 – Publicado: 31/12/2021

ISSN: 2477-9253 – DOI: https://dx.doi.org/10.24133/RCSD.VOL06.N03.2021.01

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Franchi, Jiménez

I. Introducción

La ausencia de guerras declaradas no significa la existencia de paz. Durante décadas, bajo el manto de la paz, se ocultaron las tensiones e intereses que explotarían en conflictos violentos entre los países sudamericanos. A partir de este hallazgo, el proposito que se impone este artículo es comprender la guerra entre los países suramericanos y hacer recomendaciones para intentar prevenirla.

Hay dos líneas de interpretación de la paz y la guerra en América del Sur. La “larga paz”, que interpreta la región como pacífica, sin conflictos significativos entre los Estados; y la “paz violenta”, que admite la existencia de tensiones latentes, a veces congeladas debido a las presiones geopolíticas regionales e internacionales, o por incapacidades coyunturales de los países que, a pesar de ello, mantuvieron las armas como alternativa de acción.

Considerando válida la segunda línea, es necesario reflexionar sobre cómo sucedieron las guerras entre los países sudamericanos, analizar qué elementos de tensión permanecen latentes y necesitan de mo- nitoreo para que los países no vuelvan a encontrarse en los campos de batalla. Por tanto, un camino posible es rever las taxonomías de los conflictos interestatales, confrontándolas con datos históricos y con los nuevos contextos regionales y globales, a fin de oír los ruidos en el concierto de las naciones sudamericanas.

II. Materiales y Métodos

2. 1. La guerra en América del Sur vista desde el Hemisferio Norte

No es cómodo pensar que la guerra es un fenómeno humano. Pero evidencias dibujan los orígenes de la violencia humana desde la prehistoria en diferentes partes del mundo: campamentos fortificados, escenas de batallas en pinturas rupestres, puntas de lanza y esqueletos que guardaban registros de agresiones brutales. (Kelley, 1996). En “La función social de la guerra en la sociedad Tupinambá”, Florestan Fernandes (2006) señaló que el mito del buen salvaje conviviendo pacíficamente y en armo- nía con la naturaleza no era una realidad de los pueblos que habitaban Brasil. En la cordillera de los Andes, el Imperio Inca era una civilización que se había expandido a través de guerras de conquista (Julien, 2007). En el siglo XVI, los europeos conquistaron la América con las armas. Siglos más tarde, las guerras de independencia devastaron los imperios coloniales. Las naciones sudamericanas, que nacieron de estos procesos, siguieron enfrentándose en guerras para definir sus límites territoriales.

Carl von Clausewitz se dedicó a comprender la guerra entre Estados nacionales en su esencia, su- perando los límites de los contextos temporales y tecnológicos. De él extraemos algunos conceptos importantes para continuar en el camino. (i) La guerra como un acto de violencia limitado – la guerra puede definirse como un duelo de gran escala en el que un contendiente intenta imponer, mediante el uso de la fuerza (violencia), su voluntad sobre el otro. La victoria no viene solamente de la rendición incondicional del enemigo, sino también del momento en que un lado pierde la voluntad de luchar y pasa a negociar la paz. Es decir, la guerra no necesita ser una empresa total, ella puede ser limitada.

(ii)La primacía de la política – la guerra debe comprenderse como la continuación de la política por otros medios. Son las voluntades políticas que definen los objetivos a alcanzarse en la guerra, y co- rresponde a los militares, mediante estrategias y el empleo de la fuerza, lograrlos (Clausewitz, 2010).

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Los ejércitos luchan en guerras, las disputas políticas se provocan y se terminan cuando las partes ven sus intereses satisfechos o son incapaces de alcanzarlos.

La guerra, entendida entonces como el uso de la fuerza por entidades políticas, tiene diversas clasi- ficaciones, nos interesa la guerra entre Estados, particularmente las desarrolladas en un mismo con- tinente. Con estas reflexiones, ¿cómo diferenciar entre un incidente fronterizo y un acto de guerra? ¿Cómo clasificar el enfrentamiento entre dos países? Por lo tanto, se recurre a las clasificaciones de guerra. Tres de los más importantes proyectos de clasificación de conflictos son: Correlates of War (COW), de la Universidad de Michigan en Estados Unidos; Uppsala Conflict Data Program de la Universidad Uppsala, Suecia; y Conflict Barometer del Instituto Hiidelberg, Alemania.

En COW, las guerras se tipificaron en nueve diferentes manifestaciones y en cuatro categorías, que permiten entender quiénes son los actores involucrados (estatales o no estatales) y el espacio donde ocurre el conflicto. En síntesis: “Guerras entre Estados”; “Guerras exteriores”, que se dieron en colo- nias, por ejemplo; “Guerras internas”, como las guerras civiles; y “Guerras con actores no estatales”.

Desde el inicio del proyecto COW, en la década de 1970, dos de sus criterios básicos para identificar una guerra interestatal permanecen: (i) un límite de al menos 1.000 muertes asociadas al conjunto de batallas que se dieron entre al menos dos actores; (ii) la presencia, en ambos lados, de organizaciones capaces de conducir combates organizados (fuerzas armadas). La continuidad de este tipo de indica- dor hasta el siglo XXI es una constatación de que

[…]guerras interestatales son aquellas que involucran las fuerzas armadas de dos o más inte- grantes del sistema interestatal (Estados) en un combate sostenido. (…) Las hostilidades tam- bién deben implicar un mínimo de 1.000 muertes entre las fuerzas armadas por año (o periodo de 12 meses), a partir de la fecha del inicio de la guerra” (SARKEES e WAYMAN, 2010, p. 75).

Ampliando las bases preexistentes en COW, el proyecto Military Interstate Dataset (MID) planteó indicadores específicos para las guerras interestatales buscando comprender los incidentes que ge- neraron conflictos y midiendo el uso de la fuerza. El resultado fue una clasificación que va desde acciones no militarizadas hasta la guerra, que a su vez tiene indicadores como: intensidad, letalidad y duración (Ver Figura 1).

Figura 1: Clasificación de las acciones no militarizadas hasta la guerra interestatales

Nota. Adaptado de Ghosn, Palmer y Bremer, 2004, p. 142-143

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La medición se hace por “incidentes militarizados”, que se pueden resumir en: una amenaza de acción militar; una exhibición de fuerza militar; el uso de la fuerza militar por un Estado contra otro (Ghosn, Palmer e Bremer, 2004). Sin embargo, sólo cuando el uso de la fuerza alcanza una letalidad de más de mil muertes es que un “conflicto” puede clasificarse como “guerra”.

Ya el Uppsala Conflict Data Program (UCDP) se ha dedicado a medir las tasas de letalidad de los conflictos y clasifica las guerras en cuatro tipos: “extrasistémico”, “interestatal”, “interno” y “conflic- to interno internacionalizado” (en las fronteras). Pero a diferencia del MID, solo comienza a conside- rar un “conflicto” después de las primeras 25 muertes/año; entre 25 e 999 muertes clasifica como un “conflicto menor”; y aquellos con más de 1000 muertes/año, como “guerras” (Petterson e Wallens- teen, 2015).

A su vez, el Conflict Barometer (CB) clasifica los conflictos en cinco tipos: “Disputa”, “Crisis no violenta”, “Crisis violenta”, “Conflicto limitado” y “Guerra”, siendo los dos primeros caracterizados por la ausencia del uso de fuerza y los tres últimos, por su presencia. El CB utiliza cinco indicadores con hasta tres niveles de intensidad para cada uno de ellos, y su clasificación se obtiene por la suma de estas variables. Para más allá de la mortalidad, común a todos los índices anteriores, el CB pre- senta como variables: (i) el material empleado (ligero o pesado); el personal militar involucrado; (iii) letalidad; (iv) la destrucción de la infraestructura básica, bienes culturales, viviendas y economía; (v) y el número de desplazados y refugiados provenientes del conflicto (Wancke, 2015) (Ver Figura 2).

Figura 2: Clasificación de conflictos según Conflict Barometer

Nota. Obtenido de Wancke, 2015

Así, la clasificación del conflicto puede tener inicio en fases anteriores al uso de la fuerza y con inten- sidades diferentes. Sin embargo, solo cuando alcanza niveles elevados de violencia es que un “con- flicto” puede clasificarse como “guerra”. En esta taxonomía, los conflictos sudamericanos aparecen nuevamente subclasificados.

Los esfuerzos de sistematización descritos trajeron avances en la comprensión de las guerras. Sin embargo, el hecho de que se piense en ellos a partir de los países que fueron escenarios de guerras mundiales puede hacerlos miopes en relación a la guerra en otros continentes que no tienen índices similares de industrialización, demografía o capacidad militar. Una guerra no necesita cientos de muertos o arrastarse por años, con altos índices de destrucción; una guerra necesita motivos (volun- tades políticas) y acciones (empleo de violencia) ejecutadas de acuerdo con las capacidades de los combatientes involucrados.

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2. 2. No hay guerras en el paraíso tropical

Los académicos sostienen el argumento de que América del Sur es una región que vive un largo perio- do de paz, sin guerras relevantes entre sus Estados, siendo los principales desafíos temas de seguridad pública (Jiménez, Franchi, 2020) y déficit de soberanía en algunos lugares específicos (Mendonça, Franchi, 2021). En general, apoyan sus estudios en bases de datos presentadas, o hacen comparacio- nes con otros conflictos del siglo XX y XXI, como las Guerras de Irak (1999 e 2003). Según Centeno, se puede decir que “los últimos dos siglos no vieron el nivel de guerra que era común a otras regiones. No importa cómo se aborde, la América del Sur parece notablemente pacífica” (2002, p. 37). Algunos investigadores que sustentan la mirada de la larga paz suramericana son: Kacowicz (1998), Centeno (2002), Battaglino (2008; 2005), Huth (2009, 1996), Simmons (2005, 2008), Hensel (2012), Martín (2006), entre otros. Mientras los académicos que hablan de una paz violenta son: Robert Burr (1974), David Mares (2001, 2012, 2016), Rudzit (2013), Franchi et ai (2017).

De hecho, mirando los indicadores como “duración” y “fatalidades” (+1000 muertos/año), en todo el siglo XX solo habría ocurrido una guerra en el continente, la Guerra del Chaco (1932-1935), siendo las otras en el siglo XIX. Todos los demás conflictos habrían sido “conflictos menores”. Esto es lo que dicen los datos de Correlates of War que, entre 1816 y 2007, dan cuenta de 227 guerras en el mundo y solo 8 en América del Sur. De estas 8, solo 3 en el siglo XX, siendo que ni la Guerra del Cenepa (1995), ni la Guerra de Malvinas/Falklands (1982) cumplen con el requisito de mil muertes por año (Ver Tabla 1).

Tabla 1: Guerras en América del Sur 1816-2007

Nota: Datos tomados de Correlates of War (SARKEES, WAYMAN, 2010).

Pero, ¿cuáles serían los medios encontrados por los países de la región para construir una paz tan duradera? Sintetizando algunos de los argumentos centrales en torno de la “larga paz”, tenemos: (i) explicaciones de carácter económico-liberal, que defienden que la búsqueda por el desarrollo, la inter- dependencia económica y la integración actuaron a favor de soluciones pacíficas para los conflictos;

(ii)satisfacción con el statu quo territorial (Kacowicz, 1998); (iii) la guerras ocurrieron notablemente por cuestiones territoriales que pasaron a tener poca importancia después de 1945, resolviéndose diplomáticamente sin producir conflictos armados (Huth, 2009); (iv) las limitaciones de los gastos públicos en el sector de defensa dejarían a las FF.AA. incapaces de librar guerras (Battaglino, 2008); y (v) la cooperación entre las Fuerzas Armadas sudamericanas en el período reciente.

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Las interdependencias económicas y la integración regional son un fuerte argumento para el man- tenimiento de paz regional. La Unión Europea y el Mercosur son ejemplos de ello: desde que se establecieron, no ha habido conflictos armados entre sus miembros.

Sin embargo, es necesario recordar que las tensiones en la cuenca del Plata ya eran elevadas entre Argentina, Brasil y Paraguay debido al uso de los recursos hídricos para la generación de energía. Tensiones diplomáticas y demostraciones de fuerza se dieron desde el anuncio de la construcción de la Central Hidroeléctrica de Itaipú hasta la firma del acuerdo tripartito Itaipú-Corpus en 1979 (NETO, 2021). Y se debe recordar que la UHE-Itaipú suministra más del 10% de la energía consumida en Brasil. En 2023, se revisará el Anexo “C” del Tratado de Itaipú, que va a interferir en los precios y cantidades de energía distribuida y esta situación podría exigir un nuevo reequilibrio de fuerzas entre los países involucrados.

También es necesario tener en cuenta el efecto en las relaciones interestatales de la pandemia Co- vid-19, que provocó el cierre de las fronteras de los países del Mercosur y las disputas en torno de insumos para combatir la enfermedad, que pueden haber tornado tensas algunas relaciones y cuyos impactos aún se están midiendo (Lauro et al, 2020).

Los argumentos en torno a la satisfacción con el statu quo territorial y sus disputas resueltas mediante arbitrajes internacionales son recurrentes. Centeno sintetiza esta visión:

En ninguna parte está más clara la paz general del continente que en un mapa. Al examinar la cartografía latinoamericana de 1840 veremos que las fronteras generales y las configuraciones de los países se parecen sorprendentemente a las actuales. Si bien las primeras unidades tales como la Gran Colombia, la República de Centroamérica y la Confederación Peruano-Boliviana desaparecieron, ningún Estado con reconocimiento político ha desaparecido como consecuen- cia de la Conquista (Centeno, 2002, p. 10).

Al observar el mapa de América del Sur el autor no consideró, entre otros aspectos, que: Bolivia tenía una salida al mar; Ecuador tenía frontera con Brasil (hasta 1941 antes de la Guerra ecuatoria- na-peruana); Colombia, Chile, Brasil, Paraguay y Perú aumentaron sus territorios, es decir, otros países perdieron territorios (Franchi, et al. 2017). Y tales pérdidas territoriales fueron ratificadas con acuerdos y protocolos de entendimientos con medición internacional, pero con tropas aún en el terre- no disputado, lo que garantizaba una posición más ventajosa en las negociaciones. Este fue el caso de Ecuador que, al firmar el Protocolo de Paz, Amistad y Límites mediado por el canciller brasileño Oswaldo Aranha, perdió casi el cincuenta por ciento de su territorio, en 1942. De hecho, los conflictos fronterizos entre Perú y Ecuador se extienden desde 1829 hasta 1995, totalizando más de 150 años de alternancia entre momentos de congelación, latencia y guerras (Barroso, 2007). También en este caso, es importante señalar que Perú atravesaba elecciones presidenciales en 1995 y el entonces presidente Alberto Fujimori fue uno de los candidatos y las presiones internas ayudaron a llevar a los países al conflicto (Mares, 2012; Moncayo, 2011).

La Guerra de Malvinas/Falklands (1982) es otro litigio centenario en el que se llevó a cabo una operación militar como forma de obtener ventajas en la mesa de negociaciones diplomáticas que se seguiría, aunque la posibilidad de la guerra llevó a Argentina a la derrota (Gómez, 2019). Otro punto relacionado con este conflicto fue que inestabilidades internas y desgastes diplomáticos también con- tribuyeron a la decisión de la opción militar en 1982 (Rapoport, 1996). Además, el posicionamiento geoestratégico y los recursos naturales alrededor de las islas siempre ha sido un atractivo importante

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(Pérez, 2020). Argentina también tiene una serie de litigios fronterizos con Chile, en la región andina de Patagonia (Mandujano-Bustamante, et al, 2016) y por islas en el Canal de Beagle (Orso, Capeletti, 2015).

La meseta de Guayanas es otra región del continente inmensa en litigios fronterizos sin solución. Des- de Venezuela hasta la Guyana Francesa, todos los países tienen alguna disputa aún abierta. La disputa por el territorio de Esequibo, entre Venezuela y Guyana, se desarrolla desde mediados del siglo XIX, con acuerdos impugnados y sin definición entre las partes. Los descubrimientos de campos petroleros en la región reavivaron los intereses venezolanos, que crearon una zona de seguridad llamada “Facha- da Atlántica” que avanza en el mar territorial de Guyana (Ynfante, 2020).

Las disputas fronterizas entre Guyana, Surinam y Guayana Francesa (Territorio ultramarino de Fran- cia) tienen orígenes en las delimitaciones imprecisas del periodo colonial. Ubicados en regiones de baja densidad demográfica y abundantes recursos naturales, como el oro, las disputas del Triángulo del Río Nuevo, entre Guyana y Surinam; y la contienda TIGRI, entre Surinam y Guayana Francesa, están localizados cerca de las triples fronteras con Brasil en la región de la meseta de las Guayanas (Granger, 2016; Donovan, 2003, 2004) (Ver Figura 3).

Figura 3: Mapa – Áreas de disputa/Conflicto/Tensión

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Nos dimos cuenta de que las mediaciones diplomáticas se enfriaron, pero no resolvieron los con- flictos, que sobrevivieron alimentados por disputas diplomáticas o a través de demostraciones de fuerza esporádicas, esperando el momento de acciones más violentas. Fundamentalmente, el rastro de la impugnación diplomática constante debe notarse como un timbre extraño a la armonía entre las naciones.

Otro tipo de tensión interestatal no relacionada a una disputa territorial, sino a un sentimiento de pérdida de soberanía en las fronteras, ocurre cuando, al combatir con actores no estatales, se traspa- san los límites políticos de los países. El incidente de “Angostura” (2008-2010) llevó a Colombia, Ecuador y Venezuela a redadas diplomáticas y movilización de tropas en las fronteras de estos países porque una operación militar colombiana penetró algunos kilómetros en el territorio ecuato- riano para atacar un campamento de las FARC-EP (Bustillos, Bravo, 2019).

La incapacidad de los Estados y las Fuerzas Armadas sudamericanas para librar guerras, sea por limitaciones presupuestarias sea por incompetencia organizativa, es otro argumento para la paz regional. “La guerra requiere competencia organizativa básica y acceso a recursos que solo unos pocos Estados tienen. Desde este punto de vista, América Latina ha sido pacífica porque los Esta- dos de la región nunca desarrollaron la capacidad política de tener guerras prolongadas” (Centeno, 2002, p. 91).

Las guerras no necesitan competencia organizativa, necesitan objetivos políticos claros, ejércitos y voluntad de luchar. La competencia, la eficiencia militar y los recursos colaboran para decidir los resultados del enfrentamiento, en su inicio. Toda la competencia militar estadounidense o soviética no los salvó de derrotas contra ejércitos menos organizados institucionalmente en Vietnam y Afga- nistán. O, aún así, se observan guerras entre Estados en el continente africano, cuyos ejércitos no tienen altos estándares de organización (Willians, 2017).

Desde el punto de vista de las limitaciones presupuestarias, en los últimos cinco años, los gastos de defensa en América del Sur están bajo el 2% del PIB. Excepción solo para Colombia y Ecuador que, en los últimos 5 años, han gastado, de forma consistente, más del 2% de su PIB en defensa (Ver Tabla 2).

Tabla 1: Guerras en América del Sur 1816-2007

Nota: Datos tomados de World Development Indicators database (25/05/2021) * Não existem dados disponíveis do Suriname

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Sin embargo, si miramos los gastos regionales de defensa en la primera década del siglo XXI, se pueden observar varios picos de inversión en diferentes países, lo que llevó a los analistas a in- terpretarlos como una carrera armamentista sudamericana (Villa e Viggiano, 2012). Sin embargo, debe recordarse que una parte importante de estos gastos son con el pago de salarios y no con la compra de equipos.

Por un lado, históricamente, Ecuador y Perú estuvieron en guerra en 1995 y esto explica sus altos gastos. Colombia vivía el resurgimiento de los combates contra las FARC-EP y otros grupos pa- ramilitares, que culminó con los acuerdos de paz de 2016. Sin embargo, por otro lado, Paraguay, Uruguay, Bolivia y Chile no estaban en guerra. La explicación es que estos países pasaban por procesos de modernización de sus fuerzas armadas a medida que los equipos y sistemas de armas llegaban al fin de sus vidas útiles (Velôzo, 2020), siendo necesario revitalizarlos para garantizar un nivel de disuasión aceptable. En este caso, es importante señalar que una “modernización disuaso- ria” debe seguirse de documentos y de agendas de defensa transparentes que no se interprete como una adquisición de ventajas militares ofensivas apuntando a un desequilibrio de poder regional. Así, mirar solamente los presupuestos no nos muestra si un país está preparándose para una guerra o sólo invirtiendo para mantener su estado disuasorio. Es necesario comprender si su postura es transparente y cooperativa o competitiva.

La cooperación en el área de defensa tiene varios matices que pueden contribuir a la estabilidad regional, pero que no se capturan como indicadores en las bases que mapean los conflictos interna- cionales porque se encuentran en instancias anteriores al deterioro de las relaciones entre los países. A pesar de las diferencias doctrinales y organizativas, se observan actividades como la diplomacia militar; intercambio de oficiales en pasantías y cursos; enfrentamiento de las amenazas comunes, como el narcotráfico; acuerdos bilaterales; ejercicios combinados; participación conjunta en misio- nes de paz de la ONU; creación de fuerzas de respuesta comunes, como la Fuerza de Paz Cruz del Sur entre Argentina y Chile; proyectos comunes en las bases industriales de defensa; finalmente, el establecimiento de foros multilaterales para fomentar la defensa regional.

De estas iniciativas, los foros multilaterales de defensa son los recursos más completos y comple- jos para operacionalizar de manera duradera (Leite, 2015). La creación del Consejo de Defensa Sudamericano (2008), dentro de la Unasur, ocurrió en un momento en que la conjuntura política lo permitió, pero los cambios de esta misma conjuntura drenaron la entidad a partir de 2018, cuando Colombia, Argentina, Brasil, Bolivia, Chile, Ecuador, Uruguay, Paraguay y Perú anunciaron su salida del organismo.

En contraparte, otras iniciativas de cooperación en defensa siguen ocurriendo en áreas menos pro- pensas a las fluctuaciones de las coyunturas políticas. Operaciones y ejercicios militares conjuntos son un indicador positivo de cooperación cuando se llevan a cabo en territorios neutros – alejados de zonas de tensión latente o de fronteras con países vecinos no invitados a participar. Un ejemplo fue el Ejercicio Combinado de Logística Humanitaria AmazonLog17, realizado en 2017 en la triple frontera (Brasil-Colombia-Perú), con la participación de tropas de los tres países y observadores militares de otros diecinueve países (Colog, 2018). Otro ejemplo, Ecuador y Perú después de la Guerra del Cenepa (1995), se involucraron en una operación de desminado conjunta para retirar más de quince mil minas terrestres de la región del conflicto y permitir el desarrollo de actividades productivas en la frontera entre los países (Iturralde et al. 2016).

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El intercambio de oficiales entre los países de la región es otro indicador de cooperación que, según Martins (2006), colabora para crear una “identidad transnacional” entre los militares de la región, lo que facilita los contactos y la búsqueda de entendimientos en momentos de crisis, además de fomentar el desarrollo de miradas y soluciones autóctonas sobre la región. Un ejemplo de esto pue- de observarse en la Escuela de Comando y Estado Mayor de Brasil (ECEME) donde, entre 1968 y 2017, se formaron 653 oficiales de naciones amigas, siendo que, de estos, 360 eran provenientes de América del Sur.

Medir estas interacciones entre los ejércitos sudamericanos es un indicador válido de cómo están los relacionamientos entre los militares de estos países porque la ausencia prolongada de intercam- bios puede ser una señal negativa en las relaciones entre los mismos (ver Figura 4).

Figura 4: Oficiales de Naciones Amigas de América del Sur formados en ECEME

Nota. Adaptado de PAIM, 2019. p. 174

Teniendo en cuenta el trazado teórico hasta aquí, podemos sintetizar algunas de las características de los conflictos en América del Sur:

i.Tienen objetivos limitados, por esto el empleo de Fuerzas Armadas es limitado visando obte- ner una posición ventajosa en las mesas de negociación posteriores o para impedirlo;

ii.Al ser limitados, son breves y violentos, con un pequeño número total de víctimas y pérdidas materiales, pero con la expectativa de importantes logros políticos;

iii.Ocurren en regiones de fronteras (terrestres y marítimas), debido a disputas históricas, dispu- tas relacionadas con los recursos naturales o incidentes que involucran el combate de tropas regulares contra actores no estatales;

iv.Las disputas diplomáticas se prolongan en el tiempo durante décadas y existe la negación de la aceptación del resultado de mediaciones internacionales; esta no aceptación del statu quo es una característica de las disputas que pueden evolucionar hasta que se conviertan en guerras;

v.Las inestabilidades internas pueden llevar a los gobiernos a buscar el conflicto externo como un catalizador de la atención nacional, alejando la atención de los problemas internos.

Durante el siglo XX, por varias ocasiones, los países sudamericanos utilizaron la fuerza como una opción para lograr sus objetivos políticos. En el siglo XXI, la continuidad de tensiones muestra que esta opción no es una vía extinta.

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III. Conclusiones y consideraciones finales

Como se explicó, las clasificaciones de la guerra provenientes de los países del norte no pueden expli- car el fenómeno de la guerra en América del Sur. Como intentamos demostrar, bajo el manto de la paz sudamericana pulsan los conflictos y las cuestiones todavía sin solución, que se prolongan en protestas diplomáticas y momentos de violencia estatal. La guerra entre Estados puede pasar décadas dormida volviendo a emerger en momentos en los cuales una coyuntura de factores la torna posible. Los cami- nos para estrechar los lazos de confianza e integración regional entre los países son diversos y pueden colaborar para generar una mayor estabilidad regional.

En este sentido, fomentar entidades multinacionales autóctonas dedicadas a pensar la defensa y la seguridad es una iniciativa fundamental. Con una consideración, que es la presencia de funcionarios estatales de carrera como: diplomáticos, militares, académicos y otros afines, que pueden ser la clave para construir entidades más estables y menos propensas al riesgo de extinción debido a cambios en la coyuntura política. Caso contrario, se corre el riesgo de que las entidades desaparezcan y que las nuevas se creen en un ciclo que no permitirá avances reales a favor de la construcción de una agenda común de defensa sudamericana.

Incentivar investigaciones regionales sobre la guerra, la paz y cómo sus actores se involucran en ellas es una forma de observar, desde miradas autóctonas civiles y militares, para construir y calibrar indi- cadores regionales más sólidos, que apunten al grado de cooperación o descongelamiento de conflictos antes de que ocurran, en lugar de pensar en medirlos por el número de muertos o por su intensidad después que ocurrieron.

La integración sea por el desarrollo o por la preservación del medio ambiente puede acercar a las na- ciones en favor de objetivos comunes. Igualmente, las fronteras también pueden ser el escenario de soluciones para prevenir conflictos futuros. Por ejemplo, en el caso de regiones fronterizas que involu- cran disputas por recursos naturales, al fomentar políticas públicas y proyectos que dirijan parte de los royalties de la exploración a iniciativas de desarrollo sostenibles en ambos lados de la frontera, puede colaborar para reemplazar el sentimiento de “pérdida” por otro de “asociación”, creando una estabili- dad con bases sólidas.

En cuanto a las Fuerzas Armadas, si bien la búsqueda de la paz es un ideal común, mantener el nivel adecuado de adiestramiento, tropas, equipos y capacidades es fundamental para mantener la disuasión y garantizar la operatividad en caso de necesidad. Porque, como observamos, las tensiones pueden re- anudarse y en este caso las Fuerzas Armadas son la ultima ratio de sus naciones.

En resumen, en América del Sur el camino para mantener la paz debe ser el diálogo y la constante búsqueda por la cooperación. El descontento con el statu quo territorial; resentimientos por pérdidas territoriales anteriores; crisis internas profundas, deben ser monitoreados y trabajadas de forma a esta- blecerse agendas positivas de cooperación. Naciones aisladas en sus propias regiones, por sus propios vecinos terminan siendo llevadas a la guerra. El mantenimiento de la paz interestatal solo es posible con el interés y la atención constantes de las naciones para alinear sus voluntades en lugar de ponerlas en rutas de colisión.

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Franchi, Jiménez

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